2011/02/03

El truco del almendruco. Iñaki Urdanibia

Los sindicatos de obediencia estatal -nunca mejor dicho, ya que al final no son más que seres sumisos a las órdenes y conveniencias del Estado, el monstruo más frío entre los monstruos, del que hablase Nietzsche-, en su afán de vender su adulterada mercadería, suelen hablar de sí mismos como «sindicatos de clase», oponiendo el término a los que ellos califican, despectivamente, «sindicatos nacionalistas». El lenguaje no es inocente y en esta ocasión, con tan sibilina coletilla, menos si cabe. Se pretende enfrentar dos formas de hacer sindicalismo: una, la suya, sería la que se preocupa de defender los intereses de los trabajadores (con indisimulados aplausos de la patronal y los gobernantes por la responsabilidad mostrada para que siga funcionando el negocio), mientras que la otra no sería más que una forma de esquivar el espinoso asunto de las clases para defender postulados nacionales, exclusivistas... ergo burgueses.

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